martes, 12 de febrero de 2013

Superhéroes de barrio.





Autora: Ana Palacios

Dámaris no sabe que es puro azar haber nacido allá y no acá o incluso que, en ocasiones, es aleatorio nacer enfermo o sano. Quizás, algún día se lo expliquen en forma de cuento u oración para que nunca suene a injusticia o a asunto de mal karma o fuerzas paradigmáticas del universo este que tenemos aquí, arriba y abajo. Sea como sea, ella aún no piensa en injusticias o en mala suerte. Intuye, porque poco a poco se va dando cuenta, que ella es diferente de la mayoría de personas que la rodean. Cree saber que hay algo que la distingue del resto, algo que la hace sobresalir de lo común, de lo normal. Dámaris piensa que hay un motivo que la hace especial, sino no tendría sentido que la atendieran todos tan bien.

Con sólo seis años se enfrenta a la oscuridad de una manera extraordinariamente valiente. Lo normal en los niños de esa edad, y yo me incluyo en ese lote, es suplicar una luz encendida para evitar que cualquier ser de debajo de la cama, o cualquier coco agazapado en el armario salga a por ti justo cuando tu padre se dé la vuelta. Por lo general, la oscuridad nos asusta y  debe ser algo inherente al ser humano. Relacionamos oscuridad con miedo, o imploramos oscuridad cuando algo nos avergüenza (y ahora, ya no hablo de niños de seis años). Por el contrario, disfrutamos de la luz del día, de las luces del día mejor dicho, porque cada hora, cada momento tiene su encanto, tiene su cielo particular, sus colores según la hora que marque el reloj. A la luz, disfrutamos leyendo buenos libros, viendo fotos del pasado o miramos embobados una cara conocida que nos alegra el día más triste. Todo esto, que es un ínfimo resumen de lo que podemos hacer con la luz prendida, es cotidiano y como siempre, confundimos cotidiano con trivial. Y sin querer casi, nos volvemos ingratos con nuestro propio mundo, nuestro entorno o incluso con uno mismo.

Y el problema sería, tal vez, no caer en la cuenta de esta ingratitud que contamina todos los órganos del cuerpo como un cáncer incurable; empezando por el cerebro y terminando de forma letal, con el corazón. Y el problema sería doble, tal vez, si no tuviéramos ejemplos o patrones que imitar. Afortunadamente sí los tenemos. Héroes y heroínas, que nos recuerdan que tenemos que dar gracias por todo lo que nos rodea y que sucumbir a pequeños o grandes fracasos solo lleva a fracasar aún más. Nos enseñan a ser fuertes, desde el ejemplo de sus vidas mismas. Yo tengo mi superheroína particular y no tiene capa y no vuela, pero con mirarla cinco minutos te regala la fuerza suficiente para querer cambiar todo lo injusto de este mundo. 

A estas alturas queda claro que hablo de Dámaris, una niña peruana que con sus seis años ya ha ganado más batallas de las que yo misma, después de veinticinco, no he visto ni a lo lejos. Batalla a batalla, va ganando su guerra, sin trincheras para esconderse o descansar. Por eso es mi heroína. Treinta kilogramos de huesos, músculos (aunque no muchos), piel y ánimos infinitos. En su casa la acompaña su familia, que vive por y para ella. Sin descanso. En su colegio, el San José Obrero de Sullana, se rodea de grandes maestros y maestras que con paciencia y cariño incansables, consiguen que poco a poco sea capaz de pronunciar palabras, de punzar con fuerza o de andar algunos pasitos sola. También están sus amigas que la acompañan en el patio a la hora del recreo, que le ayudan a abrir su bote de jugo y su paquete de chifles. Y que no se separan de ella ni le sueltan la mano si el juego del día es correr y correr. 

Esto es así porque Dámaris, entre otras dificultades relacionadas con el habla y los músculos de los brazos y manos, es invidente de nacimiento. Y sin embargo, nada de esto es una traba para que sea mi ejemplo y mi patrón. Ella es la luz o el norte que de vez en cuando necesito recordar, para saber agradecer todo lo que soy y todo lo que tengo. Es la viva imagen de la superación.

Dámaris intuye que es distinta del resto, lo que aún no sabe es que lo que le hace sobresalir, es su fuerza incansable.