Lucy vive en cuento, pero ella no
lo sabe. Un cuento donde se mezcla la realidad con la ficción; lo creíble con
lo increíble. Un cuento que a ella no le gusta.
El cuento de Lucy está ambientado
en la frontera de lo conocido, más cerca de Macondo que de Lima, Madrid o Nueva
York, con un paisaje exuberante, de árboles gigantes, frondosos arbustos y ríos
turbios surcados tiempo atrás por conquistadores europeos.
Un lugar donde la
industrialización en su oscuro caminar aún no ha vencido a la naturaleza, pero
está en ello; donde se unen el rugir de los motores y las verbenas con el
sonido del papagayo, el mono o la serpiente; donde se funden el cristianismo
con el quechua, creando algo nuevo, pero conocido; donde conviven personajes
que entran y salen de la historia y otros que nunca de allí se moverán, aunque
estén deseando.
Si le preguntas a Lucy, en una de
las disparatadas conversaciones que se suelen caer con ella, cómo es el pueblo
en el que vive, te hablará, mientras se toca su negro pelo lacio, de calles sin
asfaltar, de la modesta posta donde se curan a los enfermos en las noches sin
luz y de casas en alto, de pobre madera y vistosos colores, escondidas entre
pequeños bares, calurosas tiendas y ruidosos prostíbulos.
Y por supuesto del desorganizado albergue
donde pasa los días y las noches entre animales, tempranas obligaciones y
comidas aburridas junto a un excéntrico misionero, un simpático sacerdote, una
seria misionera, un panadero bonachón, cuatro maestras difíciles de catalogar,
un carpintero futbolero, una jovencísima cocinera y una treintena de niños y
adolescentes que son la alegría de la lectura, su razón de ser y que lo hacen
un cuento único, inolvidable, imprescindible y recomendable para el lector, no
tanto para los protagonistas.
Porque por más que disfrute, es
imposible para el lector no tener presente lo injusto del cuento de Lucy. Ella
tiene una sonrisa preciosa, una curiosidad infinita por el mundo que la rodea y
un joven corazón ocupado por Fred, su compañero de 6º de Primaria. En su diminuto
cuerpo se esconde una vitalidad que agota, una sociabilidad generosa y una
lengua que no descansa. Sin embargo, dice mucho más con sus abrazos. Con su
edad ya consigue dar abrazos fuertes, cálidos y cariñosos que te hacen feliz y
te dejan triste. Te sientes un privilegiado por tenerlos, pero odias a los que
pueden, pero no quieren o no saben disfrutarlos. Consiguen un instante de
felicidad que se apaga como una cerilla al percatarnos que tiene fecha de
caducidad, y que serán muy difíciles de repetir. Unos abrazos que el egoísmo, la
incultura, el individualismo y el alcoholismo impiden que lleguen a sus dueños naturales.
En su cuento, Lucy quiere a sus
padres como cualquier niño, pero en su precipitada madurez prefiere estar lejos
de ellos. Y cuando lo verbaliza y explica sus razones, el mundo se viene abajo.
Este vacío de Lucy intenta ser
llenado, de alguna manera, por ese misionero excéntrico, de psicología
controvertida, barba blanca, ojos cansados, espaldas anchas por el duro trabajo
y enorme corazón generoso que le devuelve al lector la confianza en la
humanidad. Como un bondadoso barco sin ancla que se deja
guiar por las mareas, atraca justo donde le necesitan, sin pedir nada a cambio.
Es cierto que en las primeras páginas ni Lucy ni el lector entienden su
comportamiento, sus extraños actos, pero con el tiempo llegan a comprenderlo,
respetarlo y valorarlo como a pocos.
Ambos son protagonistas de un
cuento de cadencia lenta, sin prisa, que te permite saborear cada palabra, cada
momento, cada instante, dejando en el paladar sensaciones dulces, amargas,
agrias o ácidas. Como en la vida misma. Cuentos que en su caminar te impiden saber si el tiempo va
rápido o no. Si un mes son treinta, diez, sesenta o cien días.
Un cuento el suyo que consigue
que te sientas afortunado cuando lo tienes en tus manos, aunque en la mayoría
de las páginas se tenga el ceño fruncido por la desconfianza, la inseguridad, la
tristeza, la impotencia o la soledad que
provoca. Un cuento muy difícil de explicar. Un cuento que acelera el corazón
cuando se recuerda.
Unos protagonistas inolvidables, queridos
para siempre, que hacen que el lector vea el mundo con otros ojos en cada golpe
de realidad.
Lucy vive en cuento real, pero a
ella no le gusta.
Juanma Gemio.