jueves, 25 de octubre de 2012

El cuento de Lucy

Lucy vive en cuento, pero ella no lo sabe. Un cuento donde se mezcla la realidad con la ficción; lo creíble con lo increíble. Un cuento que a ella no le gusta.
 
El cuento de Lucy está ambientado en la frontera de lo conocido, más cerca de Macondo que de Lima, Madrid o Nueva York, con un paisaje exuberante, de árboles gigantes, frondosos arbustos y ríos turbios surcados tiempo atrás por conquistadores europeos. 
 
Un lugar donde la industrialización en su oscuro caminar aún no ha vencido a la naturaleza, pero está en ello; donde se unen el rugir de los motores y las verbenas con el sonido del papagayo, el mono o la serpiente; donde se funden el cristianismo con el quechua, creando algo nuevo, pero conocido; donde conviven personajes que entran y salen de la historia y otros que nunca de allí se moverán, aunque estén deseando.
 
Si le preguntas a Lucy, en una de las disparatadas conversaciones que se suelen caer con ella, cómo es el pueblo en el que vive, te hablará, mientras se toca su negro pelo lacio, de calles sin asfaltar, de la modesta posta donde se curan a los enfermos en las noches sin luz y de casas en alto, de pobre madera y vistosos colores, escondidas entre pequeños bares, calurosas tiendas y ruidosos prostíbulos. 
 
Y por supuesto del desorganizado albergue donde pasa los días y las noches entre animales, tempranas obligaciones y comidas aburridas junto a un excéntrico misionero, un simpático sacerdote, una seria misionera, un panadero bonachón, cuatro maestras difíciles de catalogar, un carpintero futbolero, una jovencísima cocinera y una treintena de niños y adolescentes que son la alegría de la lectura, su razón de ser y que lo hacen un cuento único, inolvidable, imprescindible y recomendable para el lector, no tanto para los protagonistas.
 
Porque por más que disfrute, es imposible para el lector no tener presente lo injusto del cuento de Lucy. Ella tiene una sonrisa preciosa, una curiosidad infinita por el mundo que la rodea y un joven corazón ocupado por Fred, su compañero de 6º de Primaria. En su diminuto cuerpo se esconde una vitalidad que agota, una sociabilidad generosa y una lengua que no descansa. Sin embargo, dice mucho más con sus abrazos. Con su edad ya consigue dar abrazos fuertes, cálidos y cariñosos que te hacen feliz y te dejan triste. Te sientes un privilegiado por tenerlos, pero odias a los que pueden, pero no quieren o no saben disfrutarlos. Consiguen un instante de felicidad que se apaga como una cerilla al percatarnos que tiene fecha de caducidad, y que serán muy difíciles de repetir. Unos abrazos que el egoísmo, la incultura, el individualismo y el alcoholismo impiden que lleguen a sus dueños naturales. 
 
En su cuento, Lucy quiere a sus padres como cualquier niño, pero en su precipitada madurez prefiere estar lejos de ellos. Y cuando lo verbaliza y explica sus razones, el mundo se viene abajo.  
 
Este vacío de Lucy intenta ser llenado, de alguna manera, por ese misionero excéntrico, de psicología controvertida, barba blanca, ojos cansados, espaldas anchas por el duro trabajo y enorme corazón generoso que le  devuelve al lector la confianza en la humanidad. Como un bondadoso barco sin ancla que se deja guiar por las mareas, atraca justo donde le necesitan, sin pedir nada a cambio. Es cierto que en las primeras páginas ni Lucy ni el lector entienden su comportamiento, sus extraños actos, pero con el tiempo llegan a comprenderlo, respetarlo y valorarlo como a pocos. 
 
Ambos son protagonistas de un cuento de cadencia lenta, sin prisa, que te permite saborear cada palabra, cada momento, cada instante, dejando en el paladar sensaciones dulces, amargas, agrias o ácidas. Como en la vida misma. Cuentos que en su  caminar te impiden saber si el tiempo va rápido o no. Si un mes son treinta, diez, sesenta o cien días.
 
 
Un cuento el suyo que consigue que te sientas afortunado cuando lo tienes en tus manos, aunque en la mayoría de las páginas se tenga el ceño fruncido por la desconfianza, la inseguridad, la tristeza,  la impotencia o la soledad que provoca. Un cuento muy difícil de explicar. Un cuento que acelera el corazón cuando se recuerda. 
 
Unos protagonistas inolvidables, queridos para siempre, que hacen que el lector vea el mundo con otros ojos en cada golpe de realidad.
Lucy vive en cuento real, pero a ella no le gusta.
 
 
Juanma Gemio.

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